OPINION
TRISTEZA Y AMOR
EN LAS REBAJAS
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Eduardo Bajo A.
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No sé si la niebla, la crudeza del frío o la tristeza de las calles por donde me muevo, son los que mantienen a la gente atrincherada en sus casas, al amor del home cinema y a salvo, con esfuerzo, de las tentaciones mundanas. Hasta que los rayos del sol se cuelan entre los árboles desnudos, despojados totalmente de sus hojas que, muertos de vergüenza, invitan a abrir las puertas, salir, comprar y rellenar hasta donde se pueda, los últimos rincones de los armarios roperos; donde anida la polilla.
Entran en las tiendas a empujones, violentando las puertas si es preciso; riñendo y vociferando corren por los pasillos sin sentido ni modales para ver, tocar, oler, probar, mirar las etiquetas, calcular... Un
desvarío al que pone fin la realidad de la escuálida cartera con el fondo al alcance de la vista más miope.
Los abrigos acolchados hasta las pantorrillas, tan calientes en estos gélidos días, tan baratos, al alcance de todos los bolsillos. Y en la gama alta, lo más parecido al amor conyugal, es el de piel de raposo para la mujer que, en el umbral de la vejez, después de desearlo toda una vida, lo alcanza por los pelos. Volverá a ocupar, en la iglesia de los agustinos, el banco preferido y las malévolas y viejas amigas, ya no podrán decir de ella que “no tiene posibles”. Pronto el marido descansará en paz, con el postrer recuerdo de las pieles, por la viuda agradecidas. “¿Será verdad –a veces se pregunta- que en el fondo me quería?”
La ocasión la pintan calva –dicen- y compran sin tasa, compulsivamente, con la desesperación de quien no sabe si mañana podrá gozar de tanta dicha. Diríase que adivinan que Bernanke –heredero de Greenspan- anuncia nubarrones en el firmamento de las compras a crédito. Pero, como en tantos aspectos de la vida, el furor se atempera y los flujos descienden a su sitio. No ha estado mal. A punto estuve. Lo logré... y una vez satisfecho el apetito, calma chicha. Hasta que la necesidad y las ganas, como el oso que en su cueva hiberna, salgan a la luz.
Incluso el psicoanalista menos perspicaz sería capaz de apreciar en este fenómeno económico y social, tan cotidiano, un paliativo: la mismísima representación de un orgasmo feroz porque, cuanto mayor es la escasez, mayor el deseo. Idéntica ansiedad y excitación previas; el corazón que late desbocado y la sangre impetuosa corriendo a raudales por las venas; sudores, desconcierto, jadeos... algo de satisfacción y mucha frustración pues, como en las rebajas, tampoco hay garantía.
Luego silencio, calma un cigarrito y, al cabo el sueño. La espera, el vacío, tristia post coitum, en espera de que la cartera, el cuerpo del varón, se recupere y que la historia se repita porque, en el fondo, a pesar de los profundos cambios, las reinas en las rebajas y en el sexo siguen siendo las mujeres. Bésame tonto, como si fuera esta noche la última vez. Pero antes pruébate las camisas.
Entran en las tiendas a empujones, violentando las puertas si es preciso; riñendo y vociferando corren por los pasillos sin sentido ni modales para ver, tocar, oler, probar, mirar las etiquetas, calcular... Un
desvarío al que pone fin la realidad de la escuálida cartera con el fondo al alcance de la vista más miope.
Los abrigos acolchados hasta las pantorrillas, tan calientes en estos gélidos días, tan baratos, al alcance de todos los bolsillos. Y en la gama alta, lo más parecido al amor conyugal, es el de piel de raposo para la mujer que, en el umbral de la vejez, después de desearlo toda una vida, lo alcanza por los pelos. Volverá a ocupar, en la iglesia de los agustinos, el banco preferido y las malévolas y viejas amigas, ya no podrán decir de ella que “no tiene posibles”. Pronto el marido descansará en paz, con el postrer recuerdo de las pieles, por la viuda agradecidas. “¿Será verdad –a veces se pregunta- que en el fondo me quería?”
La ocasión la pintan calva –dicen- y compran sin tasa, compulsivamente, con la desesperación de quien no sabe si mañana podrá gozar de tanta dicha. Diríase que adivinan que Bernanke –heredero de Greenspan- anuncia nubarrones en el firmamento de las compras a crédito. Pero, como en tantos aspectos de la vida, el furor se atempera y los flujos descienden a su sitio. No ha estado mal. A punto estuve. Lo logré... y una vez satisfecho el apetito, calma chicha. Hasta que la necesidad y las ganas, como el oso que en su cueva hiberna, salgan a la luz.
Incluso el psicoanalista menos perspicaz sería capaz de apreciar en este fenómeno económico y social, tan cotidiano, un paliativo: la mismísima representación de un orgasmo feroz porque, cuanto mayor es la escasez, mayor el deseo. Idéntica ansiedad y excitación previas; el corazón que late desbocado y la sangre impetuosa corriendo a raudales por las venas; sudores, desconcierto, jadeos... algo de satisfacción y mucha frustración pues, como en las rebajas, tampoco hay garantía.
Luego silencio, calma un cigarrito y, al cabo el sueño. La espera, el vacío, tristia post coitum, en espera de que la cartera, el cuerpo del varón, se recupere y que la historia se repita porque, en el fondo, a pesar de los profundos cambios, las reinas en las rebajas y en el sexo siguen siendo las mujeres. Bésame tonto, como si fuera esta noche la última vez. Pero antes pruébate las camisas.
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