OPINION
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Eduardo Bajo A.
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Nieva en Castilla y León. Es algo a celebrar porque aquí, es un fenómeno habitual y el hecho de que cualquier cosa cambie en una ciudad envejecida –incluso el clima- es motivo de preocupación para una urbe como ésta. También porque la nieve nos da tema de conversación para “romper el hielo” en el ascensor, en la sala de espera del dentista o en el tren. Incluso aún a estas alturas les da pábulo a los medios para llenar las ondas y las páginas de los tabloides con estadísticas, anécdotas y topicazos. De modo que uno piensa, que alguien piensa, que los destinatarios de la información somos estúpidos ¡qué cosa más tonta!
Mi abuelo Eloy, que era de Andarraso y había estudiado –por libre- en la Universidad de la Vida, decía que “al invierno no se lo come el lobo” y hay que decir que, en materia de nevadas y de lobos, se sabía mucho en su pueblo. No en balde llamaban a Andarraso el “corral de los lobos”.
Hoy, como a los viejos los metemos en residencias para ganar calidad de vida a costa de la suya, no hablamos con ellos salvo unos minutos cada quince o veinte días. Pero entre un “¿qué tal estás?” y un “bueno, hasta la semana que viene” no hay nada. Ni conversación, ni sinceridad, ni afecto, para así apagar el complejo de culpabilidad de los hijos ingratos. “Aquí te tratan como dios”, “vives como un cura” -le dicen- y el viejo les diría con sorna que “los curas –salvo error- no tienen hijos”. Pero no vale la pena.
Saliendo del frío de las relaciones filiales y de los geriátricos, volvamos a lo climatológico y es que lo de nieva en Castilla y León, en una región como ésta, es no decir nada; una sandez de tantas que, por repetida, nos parece verdad, pues entre las curvas de nivel y las posibilidades de las estribaciones cantábricas a los montes Torozos hay cierta diferencia. No obstante, lo políticamente correcto es sorprenderse por el hecho de que, en pleno invierno, caiga una nevada en León.
Pero la nieve, que viene del cielo, tiene un componente literario y artístico. Así, como los copos, caen sobre nuestras cabezas leonesas ilusiones vanas, a medio camino ente la mentira y la no verdad, en forma de inversiones, mejoras, empleo por parte de la Junta. Del cielo venían los pilotos europeos que Aznar nos vendió en campaña para que se formaran en la Virgen del Camino y casaran con las leonesas; del cielo viene, también, la fábrica de cachivaches para aviones que anda anunciando Juan Vicente Herrera desde la Junta de Castilla y Léon para “algún lugar de Castilla y León”, como si a nosotros –tan necesitados como andamos- nos diera igual Boecillo que la Virgen.
No hay que ser un Einstein. Si fuera un embalse que se comiera un valle con sus pueblos, la respuesta sería evidente: León; si un cielo abierto que arrasara los montes: León; si una línea de alta tensión que talara nuestros bosques para llevar a otros sitios la energía que aquí se produce: León. Y, entre tanto, los leoneses -¡será posible?- mirando al cielo, no por la nieve, sino por lo del rumor que corre en Fuensaldaña de que “los pájaros maman”.
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