martes, 2 de enero de 2007

OPINION


LOS CONSTRUCTORES DE CATEDRALES
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Eduardo Bajo A.
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Ni las torres de Manhattan –ahora menos que nunca- ni el Coliseo de Roma, ni El Escorial. La única obra, fruto del trabajo humano, que se ve desde la Luna es la Gran Muralla. Es sintomático que la más vistosa referencia cultural de la Tierra sea precisamente de carácter bélico. Pero ¿de quién es la Gran Muralla? ¿Quién es el dueño de las Pirámides? ¿A quién pertenece el Taj Mahal? ¿Y la Catedral de León?
Cuando en la Baja Edad Media, la sociedad encontró cierto desahogo y relativo grado de bienestar respecto a épocas anteriores, la cultura experimentó también un profundo cambio, apreciable en todas las esferas culturales. Fue entonces cuando se abordó la construcción de las grandes catedrales góticas. París, Reims, Chartres, Burgos, León. Aún recorrían los juglares los pueblos, con sus romances entreteniendo al público, a esa hora en que nosotros al fin de la jornada nos dejamos caer vencidos ante el televisor para soñar hasta que el sueño acuda.
Si en el ámbito poético se produce una ruptura entre la poesía religiosa y profana -mester de clerecía y mester de juglaría- otro tanto sucede en el arte dramático. La Iglesia aprovecha la fascinación del teatro para representar vidas de santos o determinados episodios del Evangelio. Autos, como el de los Reyes Magos –que en estos días se representan en algunos pueblos de León- y misterios que alternan con representaciones profanas –las farsas y sotties-. Para unas y otras, el escenario era el pórtico de la Catedral, núcleo de la ciudad, lugar más importante y con suficiente amplitud para albergar la concurrencia. Fue tal el éxito que en poco tiempo sus escenarios alcanzaron gran complejidad, llegando a tener hasta tres pisos con diversos compartimentos donde evolucionaban los actores según las distintas escenas de la obra.
Como era de esperar, no tardaron los obispos en prohibir las representaciones profanas llegando a excomulgar a los cómicos que, iniciaron una vida errante con su mala fama a cuestas. Sin embargo las catedrales, las hicieron los hombres, con sus manos, sus conocimientos, su fe y sus impuestos. Todos los oficios, gremios y estamentos sociales están representados en ellas. Como dijo Cristóbal Halffter con ocasión del IX Festival de Órgano, "nunca se pensaron las catedrales para hacer sólo actos litúrgicos". Pese a lo cual, el estamento clerical, después de 40 años de compartir el poder con la dictadura y la posterior complacencia de los gobiernos sucesivos, ha pasado de mera usufructuaria a dueña y señora de un legado perteneciente al pueblo de León.
Ahora, cuando las amenazadoras gárgolas sobrevuelan nuestras cabezas pidiendo inversiones, el pueblo, representado hoy en las Instituciones públicas y la Junta en particular, ha de arrimar el hombro, como en la Edad Media, para reparar los daños del tiempo, el olvido y la desidia. Pero, eso sí, antes de nada y para siempre lo que ha de quedar claro es “a quién pertenece la Catedral de León”. Aquí y en la Luna.

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