lunes, 19 de febrero de 2007

OPINION


De mi cosecha
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Eduardo Bajo A.
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En cualquier ciudad romana -¿por qué no la nuestra?- las cuadrillas de jóvenes ebrios provocaban alborotos, peleas y perturbaban el sueño de los ciudadanos responsables que tenían que madrugar al cantar el gallo. Frecuentemente, estas algaradas nocturnas acababan en los lupanares que, a falta de dinero y exceso de alcohol, se tomaban al asalto.
Los romanos –cerca de casa hay una taberna llamada Laeti vinarii, los alegres vinateros- tomaban el vino mezclado con agua, bien para rebajarlo, bien para que cundiera más porque el vino –que tenía un dios, Baco, y sus fiestas, las bacanales- jugaba un importante papel en la sociedad romana. Así pues, hay que darles la razón a los que dicen que éste conforma, junto al trigo y el aceite de oliva, la base de la dieta mediterránea ya que toda la ribera del Mare Nostrum formaba parte del Imperio Romano.
Así, si Jesucristo, en lugar de Palestina hubiera nacido en Asia, la misa se celebraría con sake y pan de arroz; si en Germania, con cerveza y pan de centeno; si en América con chicha y maíz. Son las cosas de la cultura. En España que fue despensa, bodega y almazara del Imperio, estos productos han sido una constante a lo largo del tiempo y, con mayor o menor fortuna, pero siempre escasos. Con ellos hemos matado el hambre y alegrado el ojo cuando nuestra vida, trágica de por sí, nos evitaba.
En Castilla y en León, después de no pocos sacrificios -arrancar cepas, cerrar bodegas, restringir las tierras de cultivo- derivados de la entrada en el Mercado Común, el vino ha logrado un nivel de calidad y prestigio acorde con la tradición. No es casual que, cerca de aquí, en la vecina Zamora, convivan las comarcas de Tierra del Pan y Tierra del Vino. En este contexto, no hay otra opción posible para la Junta en general y algunos políticos a título individual, que manifestar su malestar hacia la posible ley, restrictiva, que se anuncia. Pero los motivos de alarma son relativos y algo cicateros, porque los jóvenes no se emborrachan con Ribera de Duero y el daño es para Don Simón, que no ha querido hacer declaraciones.
Lo cierto es que el vino, como otras tantas cosas, puede ser bueno y conveniente, dependiendo del uso que se haga de él. Pero los jóvenes de ahora -y de siempre- son dados a los excesos y quieren emborracharse pronto y de cualquier forma -¿quién puede reprocharles que no les guste el mundo tal como lo hemos diseñado?- por eso hay que entender los “botellones” que, a pesar de los abusos e inconvenientes, tienen para ellos sus ventajas: además de salirles la bebida más barata, saben lo que compran y lo que beben.
En estos tiempos de sobreabundancia y consumismo, exacerbado por la publicidad, quizá sea conveniente la regulación de ésta; pero, como han de seguir bebiendo, lo realmente importante es protegerlos de determinadas bebidas tóxicas y sin control alguno –denominadas garrafón- que les sirven en los bares, pubs y discotecas que frecuentan. No sólo quebrantan su salud, sino que las pagan a precio de oro. Eso sí que es un fraude.
Yo, a la manera de Berceo, concluyo y me despido: “Bien valdrá, según creo, un vaso de buen vino”.

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