OPINION
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Eduardo Bajo A.
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Cuando toda España era una ruina, en la escuela nos mostraban un mapa ideográfico con unos iconos que representaban los recursos económicos de cada provincia y región. Fábricas con humeantes chimeneas, espigas granadas, vagonetas de carbón, barcos en el astillero... Por entonces León, en grandes letras, abarcaba con una gruesa línea las provincias de Zamora y Salamanca, pero eso es historia y gasolina para UPL y de Francisco.En nuestra tierra, aparte de una oveja, una espiga y un queso, figuraban varios cotos mineros y laboratorios químicos; pero en aquella España triunfalista y autárquica casi todo era mentira, aunque no tanto en nuestro caso, pues incluso dentro de aquel oscuro panorama, aún éramos algo.
Con el advenimiento de la democracia, las autonomías y la integración en Europa aquellos iconos de los viejos mapas adquirieron visos de realidad: industrias, rascacielos, vías de comunicación. Y mientras el país el crecía, en León una mano sospechosa pasó la goma de borrar sobre las minas, luego los cuarteles, la RENFE, la aceitera de Elosúa, el Banco de España y el campo, que vio cómo las azucareras de la provincia quedaban cada vez más lejos. Al final, sólo quedaron los pequeños triangulitos azules que representaban los pantanos, que se llenaron de agua y trajeron la ruina de la montaña. A sus expensas, la capital creció mientras se desangraba la provincia.
Y mientras la enfermedad de León se agravaba, desde “la Penicilina” ‑como popularmente era conocida Antibióticos- se contemplaba este proceso destructivo como algo lejano, desde la seguridad de unos trabajadores satisfechos en una empresa moderna, multinacional y fuertemente politizada, en la que tanto se había abusado del amiguismo e influencias para encontrar empleo en una ciudad donde todo ‑hasta la identidad- se había borrado del mapa.
Al olor de los micelios -chanchullos, ocultación de información, engaños- acudieron ejecutivos, consultores, erráticos comités de empresa y consejeros con el talonario en la mano. Una cantidad descomunal de dinero público por parte de la Junta de Castilla y León que no basta para satisfacer la codicia de unos propietarios que hace años decidieron la liquidación de la empresa por fin de temporada, sino más bien para sufragar un entierro de primera.
Curiosamente –quizá por una asociación de ideas absurda- encuentro gran parecido entre el tratamiento que la Junta da a Antibióticos y el que el Ayuntamiento aplica a la Cultural. En uno y otro caso con resultados funestos. El tiempo lo dirá.
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