OPINION
¡Enhorabuena María! Y gracias
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Juan García Campal
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Juan García Campal
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Me siento hoy cordialmente obligado a darle la ¡enhorabuena!, a María Giganto Pastor, por haberse posesionado ayer de la responsabilidad de Defensora de la Comunidad Universitaria de la ULE; y darle las gracias anticipadas por el tiempo que le requerirá su desempeño y por los sinsabores que, sin duda, le aguardan, como, sin duda también, sentirá los placeres, el sano orgullo de saberse útil a los demás. Acabará sintiendo que, aunque tan sólo sirviera su servicio para solucionarle un problema a otro universitario del sector o estamento que sea, aunque tan sólo fuese a uno en todo el tiempo, ya todo tiempo, esfuerzo y sinsabor quedará sobradamente justificado. Y si le atacara el desánimo recuerde el preámbulo de nuestro primer Estatuto: "La institución universitaria tiene el deber primordial de actuar como instrumento de transformación social al servicio de la libertad, la igualdad y el progreso, para la realización más plena de la dignidad humana; la ciencia y la cultura constituyen la mayor riqueza que se puede crear, mantener y transmitir".
Me siento igualmente obligado a, en este caso, perdonarle el cariñoso recuerdo que en su intervención tuvo del 12 de febrero de 1987, día en que la ULE eligió a su primer Defensor. Me atacaron los recuerdos, más de 7.300 inquietas mariposas volaron ante mis ojos, y como con un peso de más de 20 toneladas se posaron en mis hombros, y alguna cana más decidió habitar en esta cabeza mía de frente cada vez más despejada (y ahora, mientras le escribo, canturreo aquella canción que Pata Negra cantaba en Bajarse al moro y que decía: "pasa la vida... pasa la vida...".
Defiéndanos a todos, María, pero defienda también la figura del Defensor de la Comunidad Universitaria. Como dijo uno de los primeros candidatos a ocupar la responsabilidad que ella ahora desempeña, "a la figura del Defensor no se le tiene excesivo cariño, por no decir que se le tiene cierto recelo y temor de que pueda llegar a ser alguien latoso e incluso molesto". Quien lo siga manteniendo veinte años después, es que "no sabe -no ha sabido- mirar en toda su dimensión la figura del Defensor, puesto que éste no viene a sustituir a nada ni a nadie, sino a colaborar en la perfección y eficacia de las relaciones e instrumentos de todo tipo con que una universidad moderna, en una sociedad civilizada, se dota para luchar contra posibles abusos de poder, contra posibles incumplimientos de deberes y obligaciones, contra la injusticia...Viene, no sólo a ser un Órgano de Control de las posibles irregularidades o arbitrariedades del personal docente y de administración y servicios en el desarrollo de su trabajo, sino que viene también a ser un importante e insustituible protector de la honesta actividad estudiantil, docente, investigadora, administrativa y laboral".
Llega con ilusión, con ganas, es, como dijo un candidato a Defensor el 24 de noviembre de 1995, el día en que fue elegida Defensora de la Comunidad la entonces estudiante Cristina Santos Lobato, es, repito y copio: "un acto de fe en ese futuro, en ese mundo, en esa vida, deseados mejores que esta bestia negra que hemos, entre todos, engendrado; incluso entre los mudos y los ciegos. Que nadie se perdone ni se sienta perdonado. ¿Qué mejor acto de fe que abrirle las puertas... a un Defensor de la Comunidad universitaria que es joven, que, aún posiblemente, se lo crea todo; que, aún posiblemente, se crea capaz de todo; que, aún posiblemente, seguramente, no tenga precio; que es estudiante, que se está formando en nuestras aulas; que pertenece, seamos honrados, al estamento más débil de la institución; que seguramente goza de la sensibilidad, fortaleza y duros inconvenientes que, aún hoy y aquí, representa ser mujer... que la vida nueva se defienda y que generosamente, si es caso, nos defienda".
El Claustro ha confiado en ti, yo he confiado y confío en ella, espero que no te rindas, que no te canses, que no te desilusiones, que no nos desilusiones. Por ello, ya, anticipadamente, ¡enhorabuena, Maria!, y gracias.
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Juan García Campal
http://juancampal.blogspot.com
Me siento igualmente obligado a, en este caso, perdonarle el cariñoso recuerdo que en su intervención tuvo del 12 de febrero de 1987, día en que la ULE eligió a su primer Defensor. Me atacaron los recuerdos, más de 7.300 inquietas mariposas volaron ante mis ojos, y como con un peso de más de 20 toneladas se posaron en mis hombros, y alguna cana más decidió habitar en esta cabeza mía de frente cada vez más despejada (y ahora, mientras le escribo, canturreo aquella canción que Pata Negra cantaba en Bajarse al moro y que decía: "pasa la vida... pasa la vida...".
Defiéndanos a todos, María, pero defienda también la figura del Defensor de la Comunidad Universitaria. Como dijo uno de los primeros candidatos a ocupar la responsabilidad que ella ahora desempeña, "a la figura del Defensor no se le tiene excesivo cariño, por no decir que se le tiene cierto recelo y temor de que pueda llegar a ser alguien latoso e incluso molesto". Quien lo siga manteniendo veinte años después, es que "no sabe -no ha sabido- mirar en toda su dimensión la figura del Defensor, puesto que éste no viene a sustituir a nada ni a nadie, sino a colaborar en la perfección y eficacia de las relaciones e instrumentos de todo tipo con que una universidad moderna, en una sociedad civilizada, se dota para luchar contra posibles abusos de poder, contra posibles incumplimientos de deberes y obligaciones, contra la injusticia...Viene, no sólo a ser un Órgano de Control de las posibles irregularidades o arbitrariedades del personal docente y de administración y servicios en el desarrollo de su trabajo, sino que viene también a ser un importante e insustituible protector de la honesta actividad estudiantil, docente, investigadora, administrativa y laboral".
Llega con ilusión, con ganas, es, como dijo un candidato a Defensor el 24 de noviembre de 1995, el día en que fue elegida Defensora de la Comunidad la entonces estudiante Cristina Santos Lobato, es, repito y copio: "un acto de fe en ese futuro, en ese mundo, en esa vida, deseados mejores que esta bestia negra que hemos, entre todos, engendrado; incluso entre los mudos y los ciegos. Que nadie se perdone ni se sienta perdonado. ¿Qué mejor acto de fe que abrirle las puertas... a un Defensor de la Comunidad universitaria que es joven, que, aún posiblemente, se lo crea todo; que, aún posiblemente, se crea capaz de todo; que, aún posiblemente, seguramente, no tenga precio; que es estudiante, que se está formando en nuestras aulas; que pertenece, seamos honrados, al estamento más débil de la institución; que seguramente goza de la sensibilidad, fortaleza y duros inconvenientes que, aún hoy y aquí, representa ser mujer... que la vida nueva se defienda y que generosamente, si es caso, nos defienda".
El Claustro ha confiado en ti, yo he confiado y confío en ella, espero que no te rindas, que no te canses, que no te desilusiones, que no nos desilusiones. Por ello, ya, anticipadamente, ¡enhorabuena, Maria!, y gracias.
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Juan García Campal
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