martes, 27 de marzo de 2007

OPINION

Semana de pasión
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Eduardo Bajo A.
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Qué tiene de particular que un hombre como Amable que ha vivido hasta la cincuentena en León, siga la tradición de la Semana Santa en todas sus facetas. De devoción primero; luego de tradición; de ludópata en los corros de chapas; como matador de judíos en los bares del Húmedo y, finalmente, como mero espectador hasta perdió el puesto de bracero, heredado de su tatarabuelo y que nadie más habría de heredar. Unas actividades que le servían para sobrellevar su timidez pues, más por falta de valor que por vocación, se había convertido en un solterón.
Recordaba aquellos días de su infancia, cuando vivía la Pasión con el mismo fervor que esperaba la visita de los Reyes Magos en Navidad. Después de aquello, sólo le quedaba un sabor rancio de discotecas cerradas, música clásica en la radio y, en la tele, películas de romanos o las procesiones de Sevilla o Valladolid. La única alternativa, para no morir de aburrimiento era visitar iglesias, bares o ver pasar las procesiones que le salían al paso. Y así fueron pasando los años para el bueno de Amable. “Lo raro –se preguntaba a veces- es que, en pleno Siglo XXI, las cosas apenas han variado”.
Pues este año, quién sabe si por hastío, mala fortuna en el juego o el ardor de estómago que le producía la limonada, Amable ha decidido imprimir un giro radical a sus vacaciones, totalmente al margen de la tradición. En la agencia de viajes, preguntó por París, Londres, Estambul... cualquier sitio para escapar del olor a cera, pero la atenta señorita, viendo su aspecto apocado y aburrido solterón, le insinuó con picardía el que habría de ser su nuevo destino: La Habana y Varadero. “Bueno -se dijo- a fin de cuentas Cuba está de moda y no creo que con el calor del trópico les dé por pujar pasos y vestir de túnica y capillo”. “Puede –se consoló sin ilusión- que sea interesante”.
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Al bajar del avión, el perfume de la isla lo embriagó y el vivo colorido del trópico cegó su vista y su percepción de la realidad. Hasta tal punto que, cuando a la entrada del hotel le asaltó una ginetera de piel tostada, gruesos labios, rotundas caderas y otros encantos que no son para contar, el hombre no supo decir “no”.
Ya en la habitación, la astuta mujer colgó del pomo, el "no molesten" y, una vez deshecha la maleta, se entregaron con ardor al juego favorito. Al cabo de siete días, ante el asombro del servicio -que ya estaba preocupado- salió Amable de la habitación como un sputnik, con el pasaporte en la boca como único equipaje y el tiempo justo para no perder el avión.
El lunes de Pascua, en la oficina, Esperancita -su compañera- le atormentaba con su experiencia como manola, el tormento de los tacones y el puntito que había cogido con las limonadas... hasta que, viendo las enormes ojeras de Amable y su cara paliducha, le preguntó con retintín: "¿Y tú que tal... Amable? Y él, con la monótona voz de siempre, escuetamente le respondió: "Pues qué quieres que te diga, Esperancita, Semana de Pasión".
La flor de la pasión nació esta primavera. Amable, que ha dejado de ser el contumaz solterón, se ha casado con Espe. Y dicen que lo vieron salir de la tintorería con la vieja túnica de la cofradía al brazo.

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