OPINION
Ladran, luego cabalgamos.
Eduardo Bajo A
Eduardo Bajo A
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Siempre es de agradecer la crítica porque puede ser constructiva y, caso de no serlo, al menos supone la atención y el interés de quien la hace porque se toma la molestia de leerte.
Después de este prolegómeno, te diré que tu crítica, amigo Juan Campal, adolece de rigor porque, como tú mismo afirmas, desconoces al objeto de la misma y, aunque tuviste la ocasión de que te lo presentaran, renunciaste por tus exquisitos modales que no te permitieron interrumpir una conversación seguramente magistral, a tenor de la devoción que rebosan tus palabras.
Yo, no siendo la devoción una de mis escasas virtudes, sólo puedo añadir que tuve el privilegio de compartir el mismo techo como centro de trabajo de tu predilecto y que, si el arriba firmante se considera suficientemente remunerado y da gracias a la vida por ello, el mencionado predilecto lo era muy por encima de cualquier trabajador de cuantos se ganaban la vida en dicha casa.
En esas condiciones me parece una cruel ironía hablar de la pobreza como si fuera un mérito -como en los tiempos de San Genadio- cuando en la actualidad es una llaga de la que difícilmente uno se puede desprender y un subproducto de nuestro sistema económico. Como detalle malévolo, que tú sabrás entender, recordarte que Alfonso Escámez empezó de botones en el Banco Central y, no conformado con la vida contemplativa, llegó a la presidencia del consejo de administración de dicha entidad. Una historia ejemplar, pero que no me provoca ninguna compasión. Acaso envidia, por mi indolente condición.
Respecto a la calidad literaria -lo único que desde tu desconocimiento te queda por juzgar- cualquier opinión es lícita. Espero, pues, que respetes mi derecho a no formar parte de la opinión "unánime". Una palabra que, con sólo pronunciarla, me horripila y recuerda tiempos oscuros.
Pero, como ya he llegado más lejos de donde pretendía, sólo me que da saludar cordialmente, darte las gracias por tu elegante discrepancia y hacer caso del sabio proverbio árabe que aconseja: "Nunca digas todo lo que sabes".
Después de este prolegómeno, te diré que tu crítica, amigo Juan Campal, adolece de rigor porque, como tú mismo afirmas, desconoces al objeto de la misma y, aunque tuviste la ocasión de que te lo presentaran, renunciaste por tus exquisitos modales que no te permitieron interrumpir una conversación seguramente magistral, a tenor de la devoción que rebosan tus palabras.
Yo, no siendo la devoción una de mis escasas virtudes, sólo puedo añadir que tuve el privilegio de compartir el mismo techo como centro de trabajo de tu predilecto y que, si el arriba firmante se considera suficientemente remunerado y da gracias a la vida por ello, el mencionado predilecto lo era muy por encima de cualquier trabajador de cuantos se ganaban la vida en dicha casa.
En esas condiciones me parece una cruel ironía hablar de la pobreza como si fuera un mérito -como en los tiempos de San Genadio- cuando en la actualidad es una llaga de la que difícilmente uno se puede desprender y un subproducto de nuestro sistema económico. Como detalle malévolo, que tú sabrás entender, recordarte que Alfonso Escámez empezó de botones en el Banco Central y, no conformado con la vida contemplativa, llegó a la presidencia del consejo de administración de dicha entidad. Una historia ejemplar, pero que no me provoca ninguna compasión. Acaso envidia, por mi indolente condición.
Respecto a la calidad literaria -lo único que desde tu desconocimiento te queda por juzgar- cualquier opinión es lícita. Espero, pues, que respetes mi derecho a no formar parte de la opinión "unánime". Una palabra que, con sólo pronunciarla, me horripila y recuerda tiempos oscuros.
Pero, como ya he llegado más lejos de donde pretendía, sólo me que da saludar cordialmente, darte las gracias por tu elegante discrepancia y hacer caso del sabio proverbio árabe que aconseja: "Nunca digas todo lo que sabes".
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